Cuando me propuse escribir unas palabras sobre este
libro que vengo a presentarles hoy, se me ocurrió comenzar con una frase que
dejara impresionada a la audiencia desde el vamos. Esa es una de las reglas que indicaba Edgar
Alan Poe para captar la atención del lector al comienzo de un relato.
La frase que primero saltó a mi boca fue “Este libro
nació del amor”. Cuando lo repensé tuve
miedo de ser mal entendido, de que me compararan, como ya lo han hecho, con esos escritores y escritoras de novelas
góticas cursis que venden millones de ejemplares. Es que el amor, mis queridos amigos, está
tan devaluado en estos tiempos. Es que
para esta generación de lo efímero, del video clip, el chip, el teléfono
celular multi- propósito, el chat, los video- games,, los energizantes y la
realidad virtual, el amor, el libro y la creación son una antigualla
insignificante.
Yo pertenezco a una especie, a una clase de personas
en obvia etapa de extinción: la de los admiran y pretenden imitar a aquellos
que se ven impulsados por los sentimientos más nobles a dar a los otros, sin
esperar recompensa ni devolución., aunque no soy tan perfecto. No siempre sigo
mis impulsos. Pero a pesar de mis
arrugas y de mis canas todavía creo que el amor es el estímulo más fuerte de la
humanidad.
Este libro nació de un amor quasi- senil, quasi- post
maduro, pero también quasi adolescente por Colombia. País que antes de venir aquí por primera vez
hace un par de años, no había figurado en mis planes de argentino itinerante y
libre pensador. Colombia quedaba al
Norte de América del Sur y los argentinos siempre nos hemos considerado
erróneamente una suerte de europeos desterrados en el Nuevo Mundo, hijos de los
barcos que habían traído a nuestros antepasados en bodegas de tercera clase,
herederos de historias y vivencias europeas, equivocación que los verdaderos
europeos no han hecho pagar con sangre al marcarnos frecuentemente nuestra
alteridad, nuestro sub desarrollo y al generalizarnos como “sudacas”, sin
importarles que alguna vez les matamos el hambre, dándoles amparo “al
desarraigo de su corazón”, como dice María Elena Walsh..
Colombia era en mi imaginación, aquel país verde, en
el que algunos individuos hacían cosas violentas, apoyados por multitudes de
gringos que cambiaban sus dólares desesperados por la utopía siniestra de la
evasión química que terminaba destruyéndolos. Siempre pensé en los dos extremos
de la rama como dos latitudes tristes, y que en el medio quedaban los que
medraban con esa tristeza casi ancestral que hermana a ricos y a pobres, y que
para ello mataban, corrompían, secuestraban vidas y conciencias..
En mi infancia suburbana y solitaria, yo solía viajar
con mi fantasía leyendo mi Atlas de los Hermanos Maristas, una edición gastada
de 1938 sin tapas, hurtada a mis tíos maternos en las largas siestas del verano
en casa de los abuelos. Allí descubrí
Colombia y sus esmeraldas, y sus selvas y hasta leí sobre guerras interminables. Colombia fue también la música de aquellos
primeros años cuando la cumbia invadió los espacios de otras músicas tropicales
y esas melodías siempre alegres, siempre estimulantes de la algarabía se colaba
el poeta que le pedía al río crecido que lo dejará pasar pues su madre enferma
lo había mandado llamar.
Colombia fue después el mundo de Macondo pintado
por Gabo con magia de hipérbole, encantando un período muy delicado de mi
adolescencia y un poco antes, todavía, aquellos amores trágicos de María y
Efraín iluminados por el romanticismo desbordante de Isaacs..
En mi primer viaje a este país tan querido, comencé un
curso acelerado de colombianismo, y para ello tuve muy buenos maestros. Recorrí sus calles, sus ciudades, el llano y
la sabana, el mar y el interior y admiré su geografía, reconocí la desmesura de
su trópico omnipresente, me asombré con las palmeras en forma de abanico, con
las colinas sembradas de café, con la
cordialidad única de su habitantes, con esa alegría que la lógica no podría
explicar, de su música y de su pueblo. Y desde el aprendizaje acelerado de su
cultura, de sus expresiones y modismos, desde el contacto con su realidad y sus
costumbres, comencé a sentir un raro hechizo, una extraña atracción, una
necesidad de entender y de aprender más de este país. Es igual de cuando uno se enamora: necesita
conocer el pasado del ser amado, conocer las vivencias que le han convertido en
lo que hoy es...
En ese primer viaje, conocí la bibliografía
especializada, y me di cuenta que aunque había contribuciones valiosas, faltaba
un libro de prácticas, una obra que enseñara métodos, modos, formas,
habilidades para manejar conflictos.
En un viaje posterior, al preparar una presentación en
power point para un seminario del Centro de Humanidades de la Universidad de
San Buenaventura, completé también un texto escrito, una suerte de instructivo
para cada transparencia, y una serie de trabajos prácticos adaptados a las
situaciones de la conflictiva del país. Para esos ejercicios me nutrí del
lenguaje,, los nombres y apellidos, las calles, las costumbres y hasta las
comidas típicas de Colombia. Fue el Sr
Rector de la Universidad quien me sugirió que pensara en hacer de ese
instructivo una obra de texto. Y así al
cabo de muchos meses nació “Vamos a Mediar”..Como no agradecer a la Universidad
de San Buenaventura, sus autoridades, a la Editorial Bonaventuriana por este
libro que hoy llega a la gente.
Este libro conjuga como nada dos de mis grandes vocaciones: la docencia que corre por
mis venas desde hace muchas generaciones y la literatura que es parte de mi
vida cotidiana., con el trasfondo de mi pasión por la búsqueda de la Justicia
. Pero también me permite llegar a un
público variado transmitiendo los conocimientos que me han convertido en un mediador,
un conciliador, un transformador pacífico de los conflictos en los últimos
veinte años. Por eso más allá del trabajo para darle forma y color, aroma y
sabor, esta obra me ha producido mucho goce, y busca contagiar en el buen
sentido, con mi fascinación y mi entrega a esta actividad. la mediación. Creo
humildemente,que es difícil resultar indiferente a lo que he querido decir en
estas páginas. Quizás porque vengo a hablar de una manera novedosa, de un nuevo
paradigma universalmente aceptado para resolver las diferencias humanas. Tal vez porque lo hago con pasión. Esa misma pasión que me hace ser polémico en
algunas páginas, técnico y teórico en otras, práctico con base empírica
siempre, y embriagado por un sentido del humor que disimula como puede, el
dolor que el conflicto causa en la gente.
Vamos a Mediar
es el resultado de muchos años de dedicación a la temática de la
Mediación y de sus técnicas, de muchos
esfuerzos y sacrificios, y también es como un testimonio de agradecimiento a
mis maestros, colegas y alumnos.
En sus páginas, están seguramente, los caminos
recorridos, las obras leídas, los personajes que fueron mis instructores, los
viajes por distintas geografías pero también inconscientemente estoy yo, ese
que tuvo que aprender tempranamente a mediar entre la tragedia y la necesidad
de seguir viviendo.
Ahí me reconozco, imperfecto y vulnerable, lleno de
miedo e inquietud, exponiendo mi alma a la opinión de los otros, diciéndole al
mundo casi a media voz, esto soy y para esto, quizás, sólo para esto, he
vivido...
Palabras pronunciadas por el Dr Silvio Lerer, en
octubre de 2010 al presentar su libro “Vamos a Mediar” en la Universidad de San
Buenaventura, seccional Cali, Santiago de Cali, Colombia.
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